
No te amo por tu cuerpo,
por tu pecho más o menos firme
o por tus caderas y tus nalgas.
No te amo por tus ojos,
aunque sean tan raros,
ni por tu agudeza mental
o tu destreza cotidiana.
No te amo por tu melena,
ni por tu piel inexplicable,
ni por tu aliento
o tus provocaciones.
No te amo por tu dinero,
tu trabajo,
tu forma de conducir o besar,
tu elegancia o tu desaliño.
No te amo por nada de eso,
o quizá sí por ser tuyo...
Porque son sustancias conformadas
por tu esencia que amo,
un espíritu que no cede,
ni se autoengaña,
que no se cree el ombligo del mundo
y que mira con su benevolente sabiduría a todo el Universo;
que permite que crezca y me exprese,
que está siempre listo a acariciar mi mano
como la tierra siempre está disponible,
aún en la equivocación.
Y esa bondad tan fundamental,
esa inocencia para mirar cada paisaje y cada acto
como si fuera el primero y el último;
ese sostenerte sobre unas piernas hechas de roca,
volar con unos brazos de alas,
es lo que da forma a tu pasos,
a ese moverte sintiendo cada segundo,
a los labios que besan el agradecimiento,
a las caderas sobre las que se establece la humanidad,
y esa ternura inteligente,
radiante de comprensión
que ilumina tu nariz, tu mirada,
posada como una bendición en lo que toca.
Por eso aunque ya sabes lo que no me enamora
no dejas de ofrecérmelo,
día a día
para darme cuenta de que
tu esencia es lo único importante.
5-10-06